Maria Reiche, Perú (fotografía Bruce Chatwin, h. 1975)
Una mujer se eleva sobre el terreno, por encima del horizonte. Los pies juntos, las rodillas ligeramente flexionadas, el tronco un poco inclinado hacia delante. El cuerpo, sin forzarse, gira levemente hacia su izquierda. Los brazos también flexionan y se separan, como lo hace el pulgar del resto de su mano. Vuela el vestido, ligero; holgado el talle en la cintura, la falda fruncida, la manga corta, nada se pega al cuerpo. Circula el aire en el giro, y en la flexión el cuerpo –también ligero- se equilibra.
La mujer está subida a una escalera. Es una escalera sencilla, de tijera, metálica. Tiene siete peldaños; el último es ya la bisagra. Un tirante limita la apertura. La mujer ha subido hasta el sexto, y desde ahí, probablemente apoyando sus manos en el último peldaño, en el ángulo agudo -desde ahí- se ha alzado. Ha levantado su propio peso, ahora todo él en sus pies, sobre sus chanclas. El cuerpo de la mujer repite la forma de la escalera: su cabeza protegida por un pañuelo, de color claro como el vestido, es el vértice de su cuerpo abierto. Separado su pulgar, separados sus brazos, el cuerpo acoge el aire y, como un eco, prolonga la escalera.
La mujer levanta la cabeza; mira a lo lejos. Su cuerpo es un gesto, es actividad que lo equilibra. Dinámica de la escalera, gimnasia de la mirada: lejanía a la vista. Se cuidará para bajar, para agachar su cuerpo al tiempo que lo gira, de nuevo sus manos en el vértice, el peso repartido, y las piernas flexionadas retroceden buscando en cada pie el escalón correspondiente. Será ágil: probablemente el cuerpo se lo sabe, no será la primera ni la última vez que ejercite la vista en la escalera.
La mujer se eleva sobre la tierra plana, seca. Sobre el suelo algunos objetos. Y la sombra, que precipitada, confirma que el sol desde lo alto ilumina la escena. En la imagen vemos el horizonte bajo, y hacia arriba vemos cómo las piernas se adentran bajo el vestido. No sabemos nada fuera del plano. Nos preguntamos qué habrá, que nosotros no vemos.
María Reiche (Dresde 1903-Perú 1998) recorrió durante años el desierto de Nazca. Bruce Chatwin la encontró allí en uno de sus viajes; cuenta que cuando la vio llevaba una escalera de aluminio al hombro. Solía llevar también una brújula, un sextante, cinta métrica, y una escoba para liberar de arena las líneas de Nazca. Empeñada en descubrir y conservar los geoglifos, vivió durante más de catorce años en el mismo desierto, en una pequeña casa abandonada, sin agua corriente ni electricidad. Su insistente dedicación consiguió que en 1978 la región de Nazca fuera declarada zona protegida.
La fotografía de Bruce Chatwin fue elegida como imagen de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016. Aravena, comisario de la exposición, veía en la imagen la síntesis de su proyecto: a pie de suelo en el desierto solo hay piedras repartidas de modo aleatorio. Maria Reiche con un instrumento tan modesto como una escalera de aluminio, encontró un nuevo punto de vista. Un lugar desde donde las piedras se convierten en pájaros, monos, arañas, jaguares…
Christian Hasucha, Expedición LT 28E, Turquía 1992
Un hombre se ha elevado por encima del suelo, por encima del horizonte. Planta su cuerpo sobre su pierna izquierda; leve su pie derecho. Su pantalón oscuro se arruga próximo a los tobillos, sobre sus zapatos limpios. Los brazos se pegan al cuerpo, que compensa sus ejes: caderas, hombros, cabeza; articulados en equilibrio.
El hombre ha ascendido subiendo los travesaños de una escalera. Es una escalera simple, de madera pintada, dos largueros con seis escalones en un solo tramo. El hombre tiene sus pies en el más elevado, y el final de los largueros alcanza la altura de su pelvis. Podría agarrarse con las manos, quizá lo esté haciendo. O quizá las esté guardando en los bolsillos de su americana, como si bajo esa apariencia despreocupada consiguiera compactar su posición. Sea como sea, su cuerpo encaja: el pie izquierdo firme en el último peldaño y la cadera apoyada en el extremo del larguero derecho, le permiten mantener el tipo.
El hombre ladea su cabeza. No sabemos nada de sus ojos, ni de su boca. No sabemos si respira tranquilo. No sabemos si en algún momento cambiará el peso de su cuerpo sobre el otro pie. No sabemos cuánto tiempo se mantendrá en lo alto. No sabemos nada del calor ni de la brisa. En el lugar donde se encuentra, la vegetación es escasa: hierbas secas en un suelo arenoso, irregular. En segundo término el terreno se eleva y las rocas se asoman formando hileras.
El hombre se ha elevado por encima del suelo más de dos metros. En la imagen aparece de espaldas, por encima del horizonte, contra el cielo. Entre el borde de la colina y el escalón en que se apoya aparece una pequeña franja de un cielo casi blanco. Más arriba, cuando rodea la coronilla del hombre, el mismo cielo parece azul. Escalera y hombre transcurren por el lado derecho de la imagen: de abajo arriba, de arriba abajo. Desde ahí arriba, donde el hombre se yergue, no sabemos qué ve. No sabemos, esa mirada en una cabeza ligeramente inclinada, ahí alzada, qué alcanza a percibir.
Christian Hasucha recorrió, desde mayo de 1991 hasta junio de 1992, zonas periféricas de Europa y Asia Menor. Emprendió el viaje en un mini-bus habilitado como taller, lo cual le permitía ser prácticamente autosuficiente y trabajar en casi cualquier lugar. En su página web recoge escuetamente doce intervenciones llevadas a cabo durante la expedición. De la última, realizada en territorio turco, en un altiplano próximo a la frontera con Bulgaria, da cuenta la fotografía de la que hablamos. Cuando el cursor alcanza la foto aparece un pequeño texto:
The hill was flat and sandy, the pit for the base almost excavated and the ladder could be infused. On the next afternoon, I ventured out on the first ascent. Far in the distance, sheep bleated. Turkey, 1992
(La colina era de poca altura y de arena. Resultó fácil excavar el agujero y realizar lo cimientos para la escalera. Al día siguiente por la tarde me atreví a ascender por primera vez. A lo lejos, las ovejas balaron. Turquía, 1992)